Desbaratada por un temporal
Se dice que en el año 1588, el rey Felipe II de España envió
una flota, la llamada; Armada invencible contra Inglaterra. Pero las cosas no
salieron como estaban previstas pues el tiempo desempeño un papel
destructivo. Veamos que paso
Entretanto, al amparo de la oscuridad, los ingleses
prendieron fuego a varios de sus propios navíos y, aprovechándose de una brisa
y una corriente favorables, los lanzaron sobre las naves españolas fondeadas en
el puerto, para eludir los buques incendiados, los españoles cortaron las
amarras de muchas de sus embarcaciones, una maniobra que tendría más tarde
desastrosas consecuencias. Después, ambas escuadras se internaron en el mar del
Norte. Como la flota inglesa había agotado su pólvora se retiró a las costas de
su país. Pero la Armada española que tenía el viento en contra y a los ingleses
cortándoles el pase a España, se vio obligada a continuar su curso hacia el
norte, rodear Escocia y bajar por la costa de Irlanda para retornar finalmente
la península.
Después de doblar Escocia, la flota fue acometida por una
violenta tempestad en aguas del Atlántico, que lanzo muchos navíos contra la
costa irlandesa. La defensa normal en estos casos era echar anclas y aguardar a
que soplaran vientos favorables; sin embargo, como en el encuentro con los
buques incendiados se habían cortado las amarras de muchas anclas, veintiséis navíos
españoles zozobraron, con pérdida de cinco mil a seis mil hombres. Cuando la
Armada regreso a España, habían perecido casi veinte mil efectivos. El factor más
decisivo en la gran pérdida de naves y hombres fue, obviamente el más tiempo.
Así lo creyeron los holandeses, que haciéndose eco de la
creencia popular de que Dios es el causante de los desastres naturales,
acuñaron después una medalla para conmemorar la destrucción de la Armada
Invencible con la inscripción: “sopló jehová y fueron dispersados”.
Derrotado por la lluvia
Otro acontecimiento que cambiaría el curso de la historia y
que se vio grandemente influido por la furia de los elementos fue la batalla de
Waterloo, en 1815. Según la historia, en el campo de batalla al sur de Bruselas
(Bélgica), más de setenta mi hombres cayeron muertos o heridos en cuestión de
horas.
El duque de Wellington, militar inglés, eligió el campo de batalla y se
posiciono en un elevado terraplén. Aunque las tropas francesas, comandadas por Napoleón,
superaban en número a las de Wellington, tenían que derrotar al enemigo antes
de que acaba el día, pues los ingleses recibirían refuerzos del ejército
prusiano esa noche. Sin embargo, cayó una lluvia torrencial la noche de la
ofensiva. El suelo, anegado por la lluvia, era un completo lodazal. Napoleón,
que quería asegurarse una victoria al clarear el día, se vio obligado a
retrasar varias horas el ataque. La principal razón de la demora fueron las condiciones del terreno, que tenía
que secarse algo antes del ataque. Por otro lado, el fango menguo la
efectividad de los cañones, el arma favorita de Napoleón.
El alcance de los
disparos fue menor debido a las dificultades para desplazar las pesadas
maquinas en el lodazal; y las balas, que deberían rebotar en el suelo y causar más
estragos a las tropas de Wellington, no lo hicieron porque el suelo encenegado
amortiguaba el golpe. Aquello supuso un gran desastre para Napoleón y sus
soldados. En efecto, las inclemencias del tiempo provocaron la derrota del ejército
napoleónico, y el emperador se fue al destierro.
En los dos casos citados, es obvio que el tiempo atmosférico
tuvo un decisivo efecto en sucesos que sacudieron al mundo. Estos, a su vez,
desempeñaron un papel en el surgimiento del imperio británico.
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